Machismo sumergido

La metáfora del iceberg para identificar el machismo es una de las fórmulas más completas para entender las actitudes que engloba el término. Si bien en hay ciertas formas visibles y además, visibilizadas por los medios –como la violencia de género y el asesinato-, hay muchas más que se encuentran sumergidas y ocultas por la cotidianidad con la que se han transmitido en nuestra sociedad. Un ejemplo de estas formas tan sutilmente manifestadas son los micromachismos.

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Fuente: Amnistía Internacional

La primera definición de “micromachismo” la acuñó el psicoterapeuta Luis Bonino en 1991. El término designa las imperceptibles estrategias con las que el hombre ejerce su poder en lo cotidiano y que sitúan a la mujer en una posición social inferior. Aunque algunos de estos comportamientos están interiorizados en nuestra sociedad y no han sido deliberados previamente, todos nacen con la intención de reafirmar los lugares que tradicionalmente se han asignado a hombres y mujeres. Se alejan de la violencia física pero contribuyen a perpetuar la distribución injusta de derechos y oportunidades de las mujeres. Los micromachismos están presentes en nuestro día a día y están integrados en nuestras relaciones sociales.

En las entrevistas de trabajo, se producen muchos micromachismos. Las mujeres tienen que tener buena presencia y casi siempre se les pregunta si están pensando en tener hijos. Esto último, además de ser un micromachismo, reduce a las mujeres a la función de reproducción.

El micromachismo y los deportes están al orden del día. Y es que las mujeres son tildadas de “marimacho” cuando juegan a deportes que se consideran hombres, al igual que estos son tildados de “niñatas” cuando practican, por ejemplo, gimnasia rítmica. Otro de los ejemplos de machismo son los cánticos o pancartas que se pueden ver en los campos de fútbol.

Es frecuente en un grupo de amigos que surjan conversaciones sobre las relaciones sexuales que mantiene cada uno. Cuando el hombre se ha acostado con muchas chicas es un “campeón”, el “puto amo”, el “follador”; a la mujer, en cambio, se la tilda de “guarra”, “promiscua”, “puta”. Este sexismo agotador subyace en que se sigue manteniendo la concepción que la mujer es un mero objeto o premio que el hombre puede poseer u obtener. Cuantas más obtenga –con cuantas más se acueste- mayor será su victoria; no ocurre así a la inversa. La libertad sexual en el caso de las mujeres sigue considerándose como promiscuidad.

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Fuente: Eldiario.es

En los aseos públicos también se produce un micromachismo: y es que todas las salas para cambiar el pañal a los bebés están dentro de los baños femeninos. ¿Por qué tienen que ser las madres quienes cambien a sus hijos y no los padres? Además, los iconos que hay en estas salas siempre muestran a una mujer con falda cambiando a su bebé.

Otro de los micromachismos más habituales es el que realizan los camareros cuando sirven la cerveza al hombre en los bares o cuando le dan la cuenta a él. En este caso, se identifica al hombre como la figura fuerte de la relación, ayudando a fomentar el machismo en la sociedad.

En los talleres de coches, es habitual que el mecánico siempre se dirija al hombre para hablar de los problemas del automóvil cuando, en muchos casos, ese coche en cuestión ni siquiera es de él. En este caso, se presupone que el hombre deba tener unos conocimientos de mecánica que las mujeres no tienen.

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Fuente: redes

En el hogar
Desde que existe la publicidad, los anuncios de limpieza han mantenido un rol femenino determinado: el de la mujer que limpia. En la televisión, Don Limpio enseñaba a una mujer cómo debía poner la lavadora. Las compañías que venden detergentes se dirigen generalmente a las mujeres. Y cuando, de vez en cuando, algún hombre aparece en uno de estos espacios, lo hace para “ayudar” a su pareja.

Los roles de género en el ámbito doméstico siguen estando muy marcados y crean una barrera en la consecución de la igualdad entre mujeres y hombres que es difícil superar. Por ello, cuando el hombre ejerce alguna de las tareas de la casa y clama “he limpiado la cocina” o “he puesto la lavadora”, se concibe como algo extraordinario a lo que debe hacerse referencia. Con tan solo un acto ha contribuido “fantásticamente” al cuidado del hogar, y por ello debe ser señalado y admirado; ha ayudado en las tareas domésticas. ¿Para cuándo dejar de “ayudar” y empezar la “participación equitativa”?

El cuerpo femenino
Las continuas alusiones al cuerpo de la mujer son otro ejemplo de los intentos de control y represión del patriarcado. Ahora, la sociedad no marca tan solo que la mujer debe estar hecha para gustar, para agradar al resto; si no que incluso limita hasta qué punto debe hacerlo –algo que, en el caso del hombre, sería impensable-. Una falda corta o un escote pueden ser motivo de escándalo; incluso llega a ser “la razón” que ponen algunos hombres para justificar el abuso sexual. “Me provocó” o “iba enseñando” son algunas de las excusas que culpabilizan siempre a la víctima y exculpan al agresor.

11263143_933588213358862_7529191731101728833_oEn las discotecas, es práctica habitual que se utilice como reclamo que las chicas entren gratis. Esta situación, que a primera vista podría parecer una ventaja para las mujeres, se traduce a la inversa. Somos nosotras el producto, el reclamo comercial que provocará, por una parte, que entremos sin dudar por la nula exigencia económica, y por otra, que atraiga a los hombres. De esta forma, se convierte a las mujeres en un simple objeto. Es simple: si no pagas por el producto, es que el producto eres tú.

La depilación femenina es uno de los temas que más controversia generan. Cada individuo es libre de hacer con su cuerpo lo que desee. El problema aparece cuando una persona, ya sea hombre o mujer, juzga a otra por no seguir la moda social imperante. En la actualidad, la tendencia dominante es la depilación femenina total. Únicamente los pelos de la cabeza son socialmente aceptados. El resto, o es “feo” o “innecesario”. Al criticar a una mujer que ha decidido no depilarse, estamos suponiendo que todas las mujeres deben acatar esa especie de “norma social”. Mientras que a un hombre no se le censura. Además, según afirma la periodista británica Caitlin Moran en su libro Cómo ser mujer, el origen de algunas de estas modas resulta incluso “patético”: la depilación del pubis nació para que los cámaras de Hollywood dedicados a la pornografía consiguiesen un mejor encuadre.

Las tiendas de disfraces (y las empresas textiles que los fabriquen) también deberían leer sobre micromachismos. Las campañas de Halloween y Carnaval son distintas para ambos géneros. Entre los disfraces para hombres abundan Frankenstein, Drácula, policías, superhéroes, etc. Todos sus atuendos se asemejan al personaje al que imitan. Sin embargo, entre los disfraces para mujeres encontramos Vampiresa Sexy, Policía Sexy, Blancanieves Sexy, y una larga lista de personajes ataviados con minifalda, escote y medias de rejilla.

El trayecto de regreso a casa por las noches puede convertirse en un verdadero infierno para las mujeres. La sensación de que en cualquier momento podemos ser víctimas de un abuso sexual nos martillea la cabeza. En la calle, atisbamos la silueta de un hombre detrás de nosotras y aceleramos el paso. Fingimos que hablamos por el móvil para quitarle hierro a la situación; es inevitable, nuestro miedo persiste. Seguimos caminando y escuchamos un silbido a lo lejos, acompañado por el comentario correspondiente: “Guapa, ¿te apetece una copa?”. Nos cruzamos con un coche y nos dirigen otro de sus educados piropos: “Eh, preciosa, vente con nosotros”. ¿Acaso sucede les sucede lo mismo a los hombres? Las mujeres no necesitan sentirse valientes al volver a casa, necesitan sentirse seguras.

Estereotipos en la infancia
Durante la infancia, el ser humano se asemeja a una esponja que absorbe todo aquello que ocurre a su alrededor. Su cerebro está desarrollándose, completamente sumergido en la primera etapa de la socialización, aquella en la que interiorizará los elementos más importantes de la sociedad.

La familia no es la única que juega un papel importante en la formación de la conducta de un niño o niña. El cine y los dibujos animados son agentes socializadores que se encargan de transmitir determinados valores. Algunos de ellos fomentan ideas que, en vez de contribuir en formar una sociedad igualitaria, lanzan ideas equívocas y estereotipos ridículos.

Las princesas “Disney” son solo un ejemplo de ello. Son mujeres que no se valen por sí mismas. Cenicienta fue rescatada de las miserias del hogar (en el que servía de esclava) por un príncipe. Blancanieves (que debía cuidar a siete enanos) volvía a la vida tras el beso de un príncipe. La Bella, por mucho que afirmase que la belleza estaba en el interior, mostraba que no importaba como te tratase un hombre, si eras sumisa, podía llegar a comportarse bien contigo. Sin olvidarnos de que el personaje malvado suele ser una mujer que actúa movida por la envidia que le despierta otra mujer.

Sus actitudes transmiten un mensaje que, aunque cada vez pasa menos desapercibido entre la sociedad, intenta demostrar que el hombre es el salvador de la mujer, la piedra angular que la sostiene. Este micromachismo genera en las niñas, desde que son pequeñas, la idea de que necesitan a un príncipe azul al que “cuidar” para completarse y poder tener una vida digna.

No son los únicos estereotipos que se desarrollan durante la infancia. No es necesario haber visto Billy Elliot para saber cuáles son los prejuicios en los que tanto niños como familiares piensan cuando un pequeño sugiere que quiere practicar ballet. En la mayoría de los casos, o intentan impedírselo o terminan llamándole “nenaza” (entre otros calificativos). Si durante la infancia intentamos crear distinciones entre ambos géneros, estamos contribuyendo en la perpetuación de la brecha que existe entre hombres y mujeres en otros campos de la sociedad.

Incluso desde los mismo cimientos de la educación se construye la idea estereotipada de la diferenciación entre los sexos que impone el patriarcado. Es frecuente que en los colegios -principalmente, en el ámbito privado- las niñas se vean obligadas a vestirse con una falda por uniforme, mientras que los niños utilizan los pantalones. En su extremo, este sexismo que en absoluto contribuye a la socialización también se ve reflejado en los colegios segregados por sexos. Segmentación y sexismo se transmiten a través de estos mecanismos, en una edad temprana en que se adquieren los valores que supondrán los pilares de nuestra educación.

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Fuente: redes

Un comentario

  1. Aitor Pérez · · Responder

    Un artículo súper interesante. Del cual se podría sacar mucha más miga, ya que en casi todo lo que nos rodea hay micromachismo. En el cine también existen, fijaos solo cuantas mujeres han sido nominadas a mejor dirección de un largometraje en los Oscar, 4 nominaciones en 86 años, y solo una ganadora…sinceramente ridículo.

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